«También nosotros nos convertiremos en cenizas»,
recordó el Papa en la misa con la que se inicia la Cuaresma. - AP
10/02/2016 15:46
(RV).- “El tiempo cuaresmal es un tiempo para
alejarse de la falsedad, de la mundanidad y de la indiferencia; es el tiempo
para limpiar el corazón y la vida para redescubrir la identidad cristiana”,
lo dijo el Papa Francisco en la celebración Eucarística al inicio de la
Cuaresma. La tarde de este miércoles, el Pontífice presidió la Santa Misa con
el rito de la imposición de las Cenizas y envío de los Misioneros de la
Misericordia.
(Renato Martínez - Radio Vaticano)
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO
La palabra de Dios al inicio del camino cuaresmal
dirige a la Iglesia y a cada uno de nosotros dos invitaciones. La primera es
aquella de San Pablo: “Déjense reconciliar con Dios”. No es simplemente un buen
consejo paterno y mucho menos una sugerencia. Es una verdadera y propia súplica
en nombre de Cristo: “Les suplicamos en nombre de Cristo: déjense
reconciliar con Dios”. ¿Por qué un llamamiento así tan solemne y
apasionado?
Porque Cristo sabe cuán frágiles y pecadores somos.
Conoce la debilidad de nuestro corazón, lo ve herido por el mal que hemos
cometido y rápidamente, sabe cuánta necesidad tenemos de perdón, sabe que
es necesario que nos sintamos amados para realizar el bien. Solos no podemos
hacerlo, por esto el Apóstol no nos dice que “hagamos cualquier cosa”,
sino que "nos dejemos reconciliar con Dios", permitirle que nos
perdone con confianza porque Dios es más grande que nuestro corazón. Él vence
el pecado y nos levanta de la miseria si nos confiamos a Él. Está en nosotros
reconocernos necesitados de misericordia: es el primer paso del camino
del cristiano; se trata de entrar a través de la puerta abierta, que es Cristo,
donde Él nos espera, el Salvador y nos ofrece una vida nueva y alegre.
Puede haber algunos obstáculos que cierran
las puertas del corazón. Está la tentación de blindar las puertas, o sea de
convivir con el propio pecado, minimizándolo, justificándonos siempre, pensando
que no somos peores que los demás y de esta manera bloqueamos la cerradura del
alma y permanecemos encerrados en nosotros mismos, prisioneros del mal. Otro
obstáculo es la vergüenza de abrir la puerta secreta del corazón. La vergüenza,
en realidad, es un buen síntoma porque indica que queremos cortar con el mal.
Sin embargo, no debe jamás transformarse en temor o miedo.
Y existe una tercera insidia: aquella de
alejarnos de la puerta. Sucede cuando nos escondemos en nuestras miserias.
Cuando "rumeamos" continuamente relacionando entre ellas las
cosas negativas hasta el punto de hundirnos en el sótano más oscuro del alma.
Entonces nos convertimos en familiares de la tristeza que no queremos, nos
acobardamos y somos débiles frente a las tentaciones. Esto sucede porque
permanecemos solos en nosotros mismos, encerrándonos y huyendo de la luz.
Solamente la gracia del Señor nos libera. Dejémonos entonces reconciliar
escuchando a Jesús, que dice a quien está cansado y oprimido: “Vengan a mí”. No
permanecer en sí mismo sino ir hacia él. Ahí existe la Paz y el descanso.
En esta celebración están presentes los Misioneros
de la Misericordia para recibir el mandato de ser signos e instrumentos del
perdón de Dios. Queridos hermanos, puedan ayudar a abrir las puertas del
corazón y superar la vergüenza y no huir de la luz. Que sus manos bendigan y
levanten a los hermanos y a las hermanas con paternidad. Que a través de
ustedes la mirada y las manos del Padre se posen sobre sus hijos y les curen
las heridas.
Hay una segunda invitación de Dios que dice por
medio del profeta Joel: “Vuelvan a mí con todo el corazón”. Es necesario
regresar porque nos hemos alejado. Es el misterio del pecado. Nos hemos
alejado de Dios, de los demás y de nosotros mismos. No es difícil darse
cuenta. Todos sabemos cómo fatigamos para confiar verdaderamente en Dios.
Confiar en él como Padre, sin miedo. Es arduo amar a los demás, pero no lo es
pensar mal de ellos. Cómo nos cuesta hacer el bien verdadero, mientras que
somos atraídos y seducidos por tantas realidades materiales, que finalmente
desaparecen dejándonos pobres. Junto a esta historia de pecado Jesús ha
inaugurado una historia de Salvación. El Evangelio que abre la Cuaresma nos
invita a ser protagonistas abrazando tres remedios, tres medicinas que curan
del pecado.
En primer lugar la oración, expresión de apertura y de confianza en el Señor. Es
el encuentro personal con Él, que reduce las distancias creadas por el pecado.
Rezar significa decir: “no soy autosuficiente, tengo necesidad de Ti. Tú eres
mi vida y mi salvación”.
En segundo lugar la caridad para superar el sentimiento de extrañeza en el
encuentro con los demás. El amor verdadero, de hecho, no es un acto exterior.
No es dar algo en modo paternalista para calmar la conciencia, sino
aceptar a quien tiene necesidad de nuestro tiempo, de nuestra
amistad, de nuestra ayuda. Es vivir el servicio, venciendo la tentación de
complacerse. En tercer lugar, el
ayuno, la
penitencia para liberarnos de las dependencias en relación de aquello que
pasa y ejercitarnos para ser más sensibles y misericordiosos. Es
una invitación a la simplicidad y al compartir, quitar algo de nuestra
mesa y de nuestros bienes para reencontrar el bien verdadero de la
libertad.
“Regresen a mí, dice el Señor, con todo el
corazón”. No sólo con un acto externo sino desde lo profundo de nosotros
mismos. De hecho Jesús nos llama a vivir la oración, la caridad y la penitencia
con coherencia y autenticidad venciendo la hipocresía. La Cuaresma sea un
tiempo de auténtica “podadura” de la falsedad, de la mundanidad, de la indiferencia,
para no pensar que todo está bien y que yo estoy bien, para entender
aquello que cuenta no es la aprobación, la búsqueda del éxito o del consenso;
sino la limpieza del corazón y de la vida para reencontrar la identidad
cristiana, es decir, el amor que sirve; no el egoísmo que se sirve.
Pongámonos en camino juntos como Iglesia recibiendo
las cenizas, también nosotros nos convertiremos en cenizas, y tengamos fija la
mirada en el crucificado. Él, amándonos nos invita a dejarnos reconciliar con
Dios y a regresar a Él para reencontrarnos con nosotros mismos.
(Traducción del italiano: Sofía Lobos - Radio
Vaticano)
No hay comentarios:
Publicar un comentario