“SÁBELO, TEN POR CIERTO, HIJO MÍO EL MÁS PEQUEÑO, QUE YO SOY LA PERFECTA SIEMPRE VIRGEN SANTA MARÍA, MADRE DEL VERDADERÍSIMO DIOS POR QUIEN SE VIVE, EL CREADOR DE LAS PERSONAS, EL DUEÑO DE LA CERCANÍA Y DE LA INMEDIACIÓN, EL DUEÑO DEL CIELO, EL DUEÑO DE LA TIERRA, MUCHO DESEO QUE AQUÍ ME LEVANTEN MI CASITA SAGRADA, EN DONDE LO MOSTRARÉ, LO ENSALZARÉ AL PONERLO DE MANIFIESTO:
LO DARÉ A LAS GENTES EN TODO MI AMOR PERSONAL, EN MI MIRADA COMPASIVA, EN MI AUXILIO, EN MI SALVACIÓN:
PORQUE YO EN VERDAD SOY VUESTRA MADRE COMPASIVA,
TUYA Y DE TODOS LOS HOMBRES QUE EN ESTA TIERRA ESTÁIS EN UNO,
Y DE LAS DEMÁS VARIADAS ESTIRPES DE HOMBRES, MIS AMADORES, LOS QUE A MÍ CLAMEN, LOS QUE ME BUSQUEN, LOS QUE CONFÍEN EN MÍ, PORQUE ALLÍ LES ESCUCHARÉ SU LLANTO, SU TRISTEZA, PARA REMEDIAR PARA CURAR TODAS SUS DIFERENTES PENAS, SUS MISERIAS, SUS DOLORES…".
"ESCUCHA, PÓNLO EN TU CORAZÓN, HIJO MÍO EL MENOR, QUE NO ES NADA LO QUE TE ESPANTÓ, LO QUE TE AFLIGIÓ, QUE NO SE PERTURBE TU ROSTRO, TU CORAZÓN;
NO TEMAS ESTA ENFERMEDAD NI NINGUNA OTRA ENFERMEDAD, NI COSA PUNZANTE, AFLICTIVA.
¿NO ESTOY AQUÍ, YO, QUE SOY TU MADRE?
¿NO ESTÁS BAJO MI SOMBRA Y RESGUARDO?
¿NO SOY, YO LA FUENTE DE TU ALEGRÍA?
¿NO ESTÁS EN EL HUECO DE MI MANTO, EN EL CRUCE DE MIS BRAZOS? ¿TIENES NECESIDAD DE ALGUNA OTRA COSA?.
QUE NINGUNA OTRA COSA TE AFLIJA, TE PERTURBE; …”
Palabras de Nuestra Señora de Guadalupe a San Juan Diego, tomadas del Nican Mopohua.
Oración del Papa Francisco por las víctimas de la
migración a los pies de la Cruz a orillas del Río Grande en Ciudad Juárez. - AP
18/02/2016 02:55
(RV).- “Que María, la Madre de Guadalupe, siga
visitándolos, siga caminando por estas tierras, México no se entiende sin Ella,
siga ayudándolos a ser misioneros y testigos de misericordia y reconciliación”,
lo dijo el Papa Francisco en sus saludos finales al concluir su 12° Viaje
Apostólico a México.
En su despedida y después de haber agradecido a las
autoridades y a todos aquellos que hicieron posible este Viaje, el Santo Padre
recordó que los jóvenes son la riqueza más grande de este país, “son profetas
del mañana, son signo de un nuevo amanecer”. Refiriéndose a la devoción y
servicio del pueblo mexicano el Obispo de Roma dijo que “la noche nos puede
parecer enorme y muy oscura, pero en estos días he podido constatar que en este
pueblo existen muchas luces que anuncian esperanza; he podido ver en muchos de
sus testimonios, en sus rostros, la presencia de Dios que sigue caminando en
esta tierra guiándolos y sosteniendo la esperanza; muchos hombres y mujeres,
con su esfuerzo de cada día, hacen posible que esta sociedad mexicana no se
quede a oscuras”.
(Renato Martinez – Radio Vaticano)
TEXTO COMPLETO DE LOS AGRADECIMIENTOS DEL PAPA
FRANCISCO
Señor obispo de Ciudad Juárez, José Guadalupe
Torres Campos,
Queridos Hermanos en el Episcopado,
Autoridades,
Señoras y Señores,
Amigos todos
Muchas gracias, Señor Obispo, por sus sentidas
palabras, es el momento de dar gracias a Nuestro Señor por haberme permitido
esta visita a México. La que siempre sorprende, México es una sorpresa.
No quisiera irme sin agradecer el esfuerzo de
quienes han hecho posible esta peregrinación. Agradezco a todas las autoridades
federales y locales, el interés y la solícita ayuda con la que han contribuido
al buen desarrollo de este propósito. A su vez, quisiera agradecer de corazón a
los que han colaborado de distintos modos en esta visita pastoral. A tantos
servidores anónimos que desde el silencio han dado lo mejor de sí para que
estos días fueran una fiesta de familia, gracias. Me he sentido acogido,
recibido por el cariño, la fiesta, la esperanza de esta gran familia mexicana,
gracias por haberme abierto las puertas de sus vidas, de su Nación.
El escritor mexicano Octavio Paz dice en su poema
Hermandad:
«Soy hombre: duro poco y es enorme la noche.
Pero miro hacia arriba: las estrellas escriben.
Sin entender comprendo: también soy escritura
y en este mismo instante alguien me deletrea».
Tomando estas bellas palabras, me atrevo a sugerir
que aquello que nos deletrea y nos marca el camino es la presencia misteriosa
pero real de Dios en la carne concreta de todas las personas, especialmente de
las más pobres y necesitadas de México. La noche nos puede parecer enorme y muy
oscura, pero en estos días he podido constatar que en este pueblo existen
muchas luces que anuncian esperanza; he podido ver en muchos de sus testimonios,
en sus rostros, la presencia de Dios que sigue caminando en esta tierra
guiándolos y sosteniendo la esperanza; muchos hombres y mujeres, con su
esfuerzo de cada día, hacen posible que esta sociedad mexicana no se quede a
oscuras. Muchos hombres y mujeres a lo largo de las calles, cuando pasaba,
levantaban a sus hijos, me los mostraban; son el futuro de México, cuidémoslos,
amémoslos. Esos chicos son profetas del mañana, son signo de un nuevo
amanecer. Y les aseguro que por ahí, en algún momento, sentía como ganas de
llorar al ver tanta esperanza en un pueblo tan sufrido.
Que María, la Madre de Guadalupe, siga
visitándolos, siga caminando por estas tierras, México no se entiende sin Ella,
siga ayudándolos a ser misioneros y testigos de misericordia y reconciliación.
Nuevamente, muchas gracias por ésta tan cálida
hospitalidad mexicana.
(RV).- Después más de dos horas de vuelo desde
Ciudad de México, el Papa Francisco llegó al extremo norte de país, para
visitar a los detenidos del Centro de Readaptación Social Estatal N. 3, CeReSo
N. 3, de Ciudad Juárez, en el estado de Chihuahua, a orillas del río Bravo.
Francisco quiso llegar allí, al límite fronterizo con los Estados Unidos, donde
los migrantes tratan de salir del país en busca de una vida mejor, para saludar
a los excluidos de la sociedad y celebrar con ellos el Jubileo de la
Misericordia.
(MCM-RV)
DISCURSO DEL PAPA
«Queridos hermanos y hermanas:
Estoy concluyendo mi visita a México y no
quería irme sin venir a saludarlos, sin celebrar el Jubileo de la Misericordia
con ustedes. Agradezco de corazón las palabras de saludo que me han
dirigido, en las que manifiestan tantas esperanzas y aspiraciones, como también
tantos dolores, temores e interrogantes.
En el viaje a África, en la ciudad de Bangui, pude
abrir la primera puerta de la misericordia para el mundo entero, de este
Jubileo porque la primera puerta
de la Misericordia la abrió nuestro padre Dios con su hijo Jesús. Hoy,
junto a ustedes y con ustedes, quiero reafirmar una vez más la confianza a la
que Jesús nos impulsa: la misericordia que abraza a todos y en todos los
rincones de la tierra. No hay espacio donde su misericordia no pueda llegar, no
hay espacio ni persona a la que no pueda tocar.
Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes
es recordar el camino urgente que
debemos tomar para romper los círculos de la violencia y de la
delincuencia. Ya tenemos varias décadas perdidas pensando y creyendo que todo
se resuelve aislando, apartando, encarcelando, sacándonos los problemas de
encima, creyendo que esas medidas solucionan verdaderamente los problemas. Nos
hemos olvidado de concentrarnos en lo que realmente debe ser nuestra
verdadera preocupación: la vida de las personas; sus vidas, las de sus
familias, la de aquellos que también han sufrido a causa de este círculo de
violencia.
La misericordia divina nos recuerda que las
cárceles son un síntoma de cómo estamos en sociedad, son un síntoma en muchos
casos de silencios y de omisiones que han provocado una cultura del descarte. Son un síntoma de una cultura que ha dejado
de apostar por la vida; de una sociedad que poco a poco ha ido
abandonando a sus hijos. La misericordia nos recuerda que la
reinserción no comienza acá en estas paredes; sino que comienza antes, comienza
«afuera», en las calles de la ciudad. La reinserción o rehabilitación, como le
llamen, comienza creando un sistema que podríamos llamarlo de salud social, es
decir, una sociedad que busque no enfermar contaminando las relaciones en el
barrio, en las escuelas, en las plazas, en las calles, en los hogares, en todo
el espectro social. Un sistema de salud social que procure generar una cultura
que actúe y busque prevenir aquellas situaciones, aquellos caminos que terminan
lastimando y deteriorando el tejido social.
A veces pareciera que las cárceles se
proponen incapacitar a las personas a seguir cometiendo delitos más que
promover los procesos de reinserción que permitan atender los problemas
sociales, psicológicos y familiares que llevaron a una persona a determinada
actitud. El problema de la
seguridad no se agota solamente encarcelando, sino que es un llamado a
intervenir afrontando las causas estructurales y culturales de la inseguridad,
que afectan a todo el entramado social. La preocupación de Jesús por
atender a los hambrientos, a los sedientos, a los sin techo o a los presos (Mt
25,34-40) era para expresar las entrañas de la misericordia del Padre, que se
vuelve un imperativo moral para toda sociedad que desea tener las condiciones
necesarias para una mejor convivencia. En la capacidad que tenga una sociedad
de incluir a sus pobres, sus enfermos o sus presos está la posibilidad de que
ellos puedan sanar sus heridas y ser constructores de una buena convivencia. La reinserción social comienza
insertando a todos nuestros hijos en las escuelas, y a sus familias en trabajos
dignos, generando espacios públicos de esparcimiento y recreación,
habilitando instancias de participación ciudadana, servicios sanitarios, acceso
a los servicios básicos, por nombrar sólo algunas medidas.
Ahí empieza todo proceso de
reinserción. Celebrar el Jubileo
de la misericordia con ustedes es aprender a no quedar presos del pasado,
del ayer. Es aprender a abrir la puerta al futuro, al mañana; es creer que las
cosas pueden ser diferentes. Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes
es invitarlos a levantar la cabeza y a trabajar para ganar ese espacio de
libertad anhelado.
Celebrar el Jubileo de la misericordia con ustedes
es repetir esa frase que escuchamos recién, tan bien dicha y con tanta fuerza:
“Cuando me dieron mi sentencia alguien me dijo no te preguntés por qué estás
aquí sino para qué”, y que este para qué nos lleve adelante, que este para qué
nos haga ir saltando las vallas de ese engaño social que cree que la seguridad
y el orden solamente se logra encarcelando.
Sabemos que no se puede volver atrás,
sabemos que lo realizado, realizado está; pero he querido celebrar con ustedes
el Jubileo de la misericordia, para que quede claro que eso no quiere decir que
no haya posibilidad de escribir una nueva historia, una nueva historia
hacia delante, para qué. Ustedes sufren el dolor de la caída, y ojalá que
todos nosotros suframos el dolor de las caídas escondidas y tapadas, sienten el
arrepentimiento de sus actos y sé que, en tantos casos, entre grandes
limitaciones, buscan rehacer esa su vida desde la soledad. Han conocido la fuerza del dolor y del
pecado, no se olviden que también tienen a su alcance la fuerza de la
resurrección, la fuerza de la misericordia divina que hace nuevas todas
las cosas. Ahora les puede tocar la parte más dura, más difícil, pero que
posiblemente sea la que más fruto genere, luchen desde acá dentro por revertir
las situaciones que generan más exclusión. Hablen con los suyos, cuenten su
experiencia, ayuden a frenar el círculo de la violencia y la exclusión. Quien
ha sufrido el dolor al máximo, y que podríamos decir «experimentó el infierno»,
puede volverse un profeta en la sociedad. Trabajen para que esta sociedad que
usa y tira a la gente, no siga cobrándose víctimas.
Y al decirles estas cosas y en recuerdo aquello de Jesús: “el que
esté sin pecado que tire la primera piedra”, y yo me tendría que ir. Al
decirles estas cosas no lo hago como quien da cátedra con el dedo en alto, lo
hago desde la experiencia de mis propias heridas de errores y pecados que el
Señor quiso perdonar y reeducar. Lo hago desde la conciencia de que sin su
gracia y mi vigilancia podría volver a repetirlos. Hermanos siempre me pregunto
al entrar a una cárcel: ¿Por qué ellos y no yo? Y es un misterio de la
misericordia Divina, pero esa misericordia divina hoy la estamos celebrando
todos mirando hacia delante en esperanza.
Quisiera también alentar al personal que trabaja en
este Centro u otros similares: a los dirigentes, a los agentes de la Policía
penitenciaria, a todos los que realizan cualquier tipo de asistencia en este
Centro. Y agradezco el esfuerzo de los capellanes, las personas consagradas,
los laicos que se dedican a mantener viva la esperanza del Evangelio de la
Misericordia en el reclusorio, los pastores, todos aquellos que se acercan a
darles la Palabra de Dios. Todos ustedes, no se olviden, pueden ser signos de
la entrañas del Padre. Nos
necesitamos uno a otros, nos decía nuestra hermana recién recordando la Carta a
los Hebreos: "Siéntanse encarcelados con ellos".
Antes de darles la bendición me gustaría que
oráramos en silencio, todos juntos, cada uno sabe lo que le va a decir al
Señor, cada uno sabe de qué pedir perdón, pero también le pido a ustedes que en
esta oración de silencio agrandemos el corazón para poder perdonar a la
sociedad que no supo ayudarnos y que tantas veces nos empujó a los errores. Que cada uno pida a Dios, desde la intimidad
del corazón, que nos ayude a creer en su misericordia. Oramos en
silencio. Y abrimos nuestro corazón para recibir la bendición del Señor.
Que el Señor los bendiga y los proteja, haga brillar su rostro sobre ustedes y
les muestre su gracia, les descubra su rostro y les conceda la Paz. Amén .Y les
pido que no se olviden de rezar por mí. Gracias».
El Papa Francisco rezó ante la Virgen de Guadalupe
- EPA
14/02/2016 12:04
¿QUÉ SIGNIFICA PARA TI QUE EL PAPA HAYA QUERIDO
VIAJAR A MÉXICO PARA REZARLE A LA VIRGEN DE GUADALUPE?
(RV).- Sobre el profundo e importante significado
de la oración del Papa Francisco ante la Madre de Dios, nuestro enviado
especial, el jesuita Guillermo Ortiz recogió el testimonio de algunos
peregrinos, que destacan la visita del Sucesor de Pedro a la Guadalupana, su
rezo y su silencio orante hecho súplica, escucha, contemplación, con cariño
filial.
(RV).- En su segundo día en México el Papa
Francisco dejó la capital para trasladarse en helicóptero a Ecatepec,
ciudad satélite de un millón 650 mil habitantes, aproximadamente a 30
kilómetros de Ciudad de México, sede de diócesis elegida esta vez por el
Pontífice porque es una ciudad que jamás fue visitada por un Obispo de Roma. La
mañana del domingo 14, Francisco celebró la Santa Misa en el Área
del Centro de Estudios Superiores, y luego, al mediodía rezó el Ángelus con
los cientos de miles de congregados. En su homilía el Papa recordó que
este tiempo de Cuaresma es un buen momento para recuperar la alegría y la
esperanza que nos hace sentirnos hijos amados del Padre. "Cuaresma, tiempo
de conversión porque a diario hacemos experiencia en nuestra vida de cómo ese
sueño se vuelve continuamente amenazado por el padre de la mentira, por aquel
que busca separarnos, generando una sociedad dividida y enfrentada",
precisó el Santo Padre, quien subrayó que la Cuaresma, "es tiempo para
ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a tantas injusticias que atentan
directamente contra el sueño y proyecto de Dios".
(RC-RV)
HOMILÍA DEL PAPA
El miércoles pasado hemos comenzado el tiempo
litúrgico de la cuaresma, en el que la Iglesia nos
invita a prepararnos para celebrar la gran
fiesta de la Pascua. Tiempo especial para recordar el regalo de nuestro
bautismo, cuando fuimos hechos hijos de Dios. La Iglesia nos invita a reavivar
el don que se nos ha obsequiado para no dejarlo dormido como algo del pasado o
en un «cajón de los recuerdos» este regalo. Este tiempo de cuaresma es un buen
momento para recuperar la alegría y la esperanza que hace sentirnos hijos
amados del Padre. Este Padre que nos espera para sacarnos las ropas del
cansancio, de la apatía, de la desconfianza y así vestirnos con la dignidad que
solo un verdadero padre o madre sabe darle a sus hijos, las vestimentas que
nacen de la ternura y del amor.
Nuestro
Padre es el Padre de una gran familia, es nuestro Padre. Sabe tener un amor
único pero no sabe generar y criar «hijos únicos» entre nosotros. Es un Dios
que sabe de hogar, de hermandad, de pan partido y compartido. Es el Dios del
Padre nuestro no del «padre mío» y «padrastro vuestro».
En
cada uno de nosotros anida, vive ese sueño de Dios que en cada Pascua, en cada
eucaristía lo volvemos a celebrar, somos hijos de Dios. Sueño con el que han
vivido tantos hermanos nuestros a lo largo y ancho de la historia. Sueño
testimoniado por la sangre de tantos mártires de ayer y de hoy.
Cuaresma,
tiempo de conversión porque a diario hacemos experiencia en nuestra vida de cómo
ese sueño se vuelve continuamente amenazado por el padre de la mentira-
escuchamos en el Evangelio lo que hacía con Jesús- por aquel que busca
separarnos, generando una familia dividida y enfrentada. Una sociedad dividida
y enfrentada. Una sociedad de pocos y para pocos. Cuántas veces experimentamos
en nuestra propia carne, o en la de nuestra familia, en la de nuestros amigos o
vecinos, el dolor que nace de no sentir reconocida esa dignidad que todos
llevamos dentro. Cuántas veces hemos tenido que llorar y arrepentirnos por
darnos cuenta que no hemos reconocido esa dignidad en otros. Cuántas veces —y
con dolor lo digo— somos ciegos e inmunes ante la falta del reconocimiento de
la dignidad propia y ajena.
Cuaresma,
tiempo para ajustar los sentidos, abrir los ojos frente a tantas injusticias
que atentan directamente contra el sueño y el proyecto de Dios. Tiempo para
desenmascarar esas tres grandes formas de tentaciones que rompen, dividen la
imagen que Dios ha querido plasmar
Las tres tentaciones de Cristo…
Tres
tentaciones del cristiano que intentan arruinar la verdad a la que hemos sido
llamados.
Tres tentaciones que buscan
degradar y degradarnos.
Primera,
la riqueza, adueñándonos de bienes que han sido dados para todos y
utilizándolos tan sólo para mí o «para los míos». Es tener el «pan» a base del
sudor del otro, o hasta de su propia vida. Esa riqueza que es el pan con sabor
a dolor, amargura, a sufrimiento. En una familia o en una sociedad corrupta ese
es el pan que se le da de comer a los propios hijos.
Segunda
tentación, la vanidad, esa búsqueda de prestigio en base a la descalificación
continua y constante de los que «no son como uno». La búsqueda exacerbada de
esos cinco minutos de fama que no perdona la «fama» de los demás, «haciendo
leña del árbol caído», va dejando paso a la tercera tentación, la peor, la del
orgullo, o sea, ponerse en un plano de superioridad del tipo que fuese,
sintiendo que no se comparte la «común vida de los mortales», y que reza todos
los días: «Gracias te doy Señor porque no me has hecho como ellos».
Tres
tentaciones de Cristo…
Tres tentaciones a las que el
cristiano se enfrenta diariamente.
Tres tentaciones que buscan
degradar, destruir y sacar la alegría y la frescura del Evangelio. Que nos
encierran en un círculo de destrucción y de pecado.
Vale
la pena que nos preguntemos:
¿Hasta dónde somos conscientes
de estas tentaciones en nuestra persona, en nosotros mismos?
¿Hasta dónde nos hemos
habituado a un estilo de vida que piensa que en la riqueza, en la vanidad y en
el orgullo está la fuente y la fuerza de la vida?
¿Hasta
dónde creemos que el cuidado del otro, nuestra preocupación y ocupación por el
pan, el nombre y la dignidad de los demás son fuentes de alegría y esperanza?
Hemos
optado por Jesús y no por el demonio. Si nos acordamos lo que escuchamos en el
Evangelio, Jesús no le contesta al demonio con ninguna palabra propia sino que
le contesta con las palabras de Dios, con las palabras de la Escritura porque,
hermanas y hermanos, metámoslo en la cabeza, con el demonio no se dialoga, no
se puede dialogar porque nos va a ganar siempre. Solamente la fuerza de la
Palabra de Dios lo puede derrotar. Hemos optado por Jesús y no por el demonio
queremos seguir sus huellas pero sabemos que no es fácil. Sabemos lo que
significa ser seducidos por el dinero, la fama y el poder. Por eso, la Iglesia
nos regala este tiempo, nos invita a la conversión con una sola certeza: Él nos
está esperando y quiere sanar nuestros corazones de todo lo que degrada,
degradándose o degradando a otros. Es el Dios que tiene un nombre:
misericordia. Su nombre es nuestra riqueza, su nombre es nuestra fama, su
nombre es nuestro poder y en su nombre una vez más volvemos a decir con el
salmo: «Tú eres mi Dios y en ti confío». Se animan a repetirlo juntos tres
veces: «Tú eres mi Dios y en ti confío». «Tú eres mi Dios y en ti confío». «Tú
eres mi Dios y en ti confío».
Que
en esta eucaristía el Espíritu Santo renueve en nosotros la certeza de que su
nombre es misericordia, y nos haga experimentar cada día que «el Evangelio
llena el corazón y la vida de los que se encuentran con Jesús... sabiendo que
con Él y en Él siempre renace la alegría» (Evangelii gaudium, 1)
«También nosotros nos convertiremos en cenizas»,
recordó el Papa en la misa con la que se inicia la Cuaresma. - AP
10/02/2016 15:46
(RV).- “El tiempo cuaresmal es un tiempo para
alejarse de la falsedad, de la mundanidad y de la indiferencia; es el tiempo
para limpiar el corazón y la vida para redescubrir la identidad cristiana”,
lo dijo el Papa Francisco en la celebración Eucarística al inicio de la
Cuaresma. La tarde de este miércoles, el Pontífice presidió la Santa Misa con
el rito de la imposición de las Cenizas y envío de los Misioneros de la
Misericordia.
(Renato Martínez - Radio Vaticano)
TEXTO COMPLETO DE LA HOMILÍA DEL PAPA FRANCISCO
La palabra de Dios al inicio del camino cuaresmal
dirige a la Iglesia y a cada uno de nosotros dos invitaciones. La primera es
aquella de San Pablo: “Déjense reconciliar con Dios”. No es simplemente un buen
consejo paterno y mucho menos una sugerencia. Es una verdadera y propia súplica
en nombre de Cristo: “Les suplicamos en nombre de Cristo: déjense
reconciliar con Dios”. ¿Por qué un llamamiento así tan solemne y
apasionado?
Porque Cristo sabe cuán frágiles y pecadores somos.
Conoce la debilidad de nuestro corazón, lo ve herido por el mal que hemos
cometido y rápidamente, sabe cuánta necesidad tenemos de perdón, sabe que
es necesario que nos sintamos amados para realizar el bien. Solos no podemos
hacerlo, por esto el Apóstol no nos dice que “hagamos cualquier cosa”,
sino que "nos dejemos reconciliar con Dios", permitirle que nos
perdone con confianza porque Dios es más grande que nuestro corazón. Él vence
el pecado y nos levanta de la miseria si nos confiamos a Él. Está en nosotros
reconocernos necesitados de misericordia: es el primer paso del camino
del cristiano; se trata de entrar a través de la puerta abierta, que es Cristo,
donde Él nos espera, el Salvador y nos ofrece una vida nueva y alegre.
Puede haber algunos obstáculos que cierran
las puertas del corazón. Está la tentación de blindar las puertas, o sea de
convivir con el propio pecado, minimizándolo, justificándonos siempre, pensando
que no somos peores que los demás y de esta manera bloqueamos la cerradura del
alma y permanecemos encerrados en nosotros mismos, prisioneros del mal. Otro
obstáculo es la vergüenza de abrir la puerta secreta del corazón. La vergüenza,
en realidad, es un buen síntoma porque indica que queremos cortar con el mal.
Sin embargo, no debe jamás transformarse en temor o miedo.
Y existe una tercera insidia: aquella de
alejarnos de la puerta. Sucede cuando nos escondemos en nuestras miserias.
Cuando "rumeamos" continuamente relacionando entre ellas las
cosas negativas hasta el punto de hundirnos en el sótano más oscuro del alma.
Entonces nos convertimos en familiares de la tristeza que no queremos, nos
acobardamos y somos débiles frente a las tentaciones. Esto sucede porque
permanecemos solos en nosotros mismos, encerrándonos y huyendo de la luz.
Solamente la gracia del Señor nos libera. Dejémonos entonces reconciliar
escuchando a Jesús, que dice a quien está cansado y oprimido: “Vengan a mí”. No
permanecer en sí mismo sino ir hacia él. Ahí existe la Paz y el descanso.
En esta celebración están presentes los Misioneros
de la Misericordia para recibir el mandato de ser signos e instrumentos del
perdón de Dios. Queridos hermanos, puedan ayudar a abrir las puertas del
corazón y superar la vergüenza y no huir de la luz. Que sus manos bendigan y
levanten a los hermanos y a las hermanas con paternidad. Que a través de
ustedes la mirada y las manos del Padre se posen sobre sus hijos y les curen
las heridas.
Hay una segunda invitación de Dios que dice por
medio del profeta Joel: “Vuelvan a mí con todo el corazón”. Es necesario
regresar porque nos hemos alejado. Es el misterio del pecado. Nos hemos
alejado de Dios, de los demás y de nosotros mismos. No es difícil darse
cuenta. Todos sabemos cómo fatigamos para confiar verdaderamente en Dios.
Confiar en él como Padre, sin miedo. Es arduo amar a los demás, pero no lo es
pensar mal de ellos. Cómo nos cuesta hacer el bien verdadero, mientras que
somos atraídos y seducidos por tantas realidades materiales, que finalmente
desaparecen dejándonos pobres. Junto a esta historia de pecado Jesús ha
inaugurado una historia de Salvación. El Evangelio que abre la Cuaresma nos
invita a ser protagonistas abrazando tres remedios, tres medicinas que curan
del pecado.
En primer lugar la oración, expresión de apertura y de confianza en el Señor. Es
el encuentro personal con Él, que reduce las distancias creadas por el pecado.
Rezar significa decir: “no soy autosuficiente, tengo necesidad de Ti. Tú eres
mi vida y mi salvación”.
En segundo lugar la caridad para superar el sentimiento de extrañeza en el
encuentro con los demás. El amor verdadero, de hecho, no es un acto exterior.
No es dar algo en modo paternalista para calmar la conciencia, sino
aceptar a quien tiene necesidad de nuestro tiempo, de nuestra
amistad, de nuestra ayuda. Es vivir el servicio, venciendo la tentación de
complacerse. En tercer lugar, el
ayuno, la
penitencia para liberarnos de las dependencias en relación de aquello que
pasa y ejercitarnos para ser más sensibles y misericordiosos. Es
una invitación a la simplicidad y al compartir, quitar algo de nuestra
mesa y de nuestros bienes para reencontrar el bien verdadero de la
libertad.
“Regresen a mí, dice el Señor, con todo el
corazón”. No sólo con un acto externo sino desde lo profundo de nosotros
mismos. De hecho Jesús nos llama a vivir la oración, la caridad y la penitencia
con coherencia y autenticidad venciendo la hipocresía. La Cuaresma sea un
tiempo de auténtica “podadura” de la falsedad, de la mundanidad, de la indiferencia,
para no pensar que todo está bien y que yo estoy bien, para entender
aquello que cuenta no es la aprobación, la búsqueda del éxito o del consenso;
sino la limpieza del corazón y de la vida para reencontrar la identidad
cristiana, es decir, el amor que sirve; no el egoísmo que se sirve.
Pongámonos en camino juntos como Iglesia recibiendo
las cenizas, también nosotros nos convertiremos en cenizas, y tengamos fija la
mirada en el crucificado. Él, amándonos nos invita a dejarnos reconciliar con
Dios y a regresar a Él para reencontrarnos con nosotros mismos.
(Traducción del italiano: Sofía Lobos - Radio
Vaticano)
Continuando su ciclo de catequesis sobre la
misericordia en la Sagrada Escritura, el Obispo de Roma recordó que la Biblia,
“nos presenta a Dios como misericordia infinita, pero también como justicia
perfecta”. - ANSA
03/02/2016 10:30
(RV).- “La justicia puede triunfar, sólo si el
culpable reconoce el mal hecho y deja de hacerlo, y aquel que era injusto se
hace justo, porque es perdonado y ayudado a encontrar el camino del bien. Y
aquí está justamente el perdón, la misericordia”, con estas palabras el Papa
Francisco explicó la profunda relación que existe entre misericordia y
justicia.
Continuando su ciclo de catequesis sobre la misericordia
en la Sagrada Escritura, el Obispo de Roma recordó que la Biblia, “nos presenta
a Dios como misericordia infinita, pero también como justicia perfecta”.
Aparentemente, dos realidades que se contradicen, dijo el Papa, pero en
realidad no es así, porque es justamente la misericordia de Dios la que lleva a
cumplimiento la verdadera justicia.
TEXTO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA FRANCISCO
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
La Sagrada Escritura nos presenta a Dios como
misericordia infinita, pero también como justicia perfecta. ¿Cómo conciliar las
dos cosas? ¿Cómo se articula la realidad de la misericordia con las exigencias
de la justicia? Podría parecer que sean dos realidades que se contradicen; en
realidad no es así, porque es justamente la misericordia de Dios que lleva a
cumplimiento la verdadera justicia. Es propio la misericordia de Dios que lleva
a cumplimiento la verdadera justicia. ¿Pero, de qué justicia se trata?
Si pensamos en la administración legal de la
justicia, vemos que quien se considera víctima de una injusticia se dirige al
juez en un tribunal y pide que se haga justicia. Se trata de una justicia
retributiva, que aplica una pena al culpable, según el principio que a cada uno
debe ser dado lo que le corresponde. Como recita el libro de los Proverbios:
«Así como la justicia conduce a la vida, el que va detrás del mal camina hacia
la muerte» (11,19). También Jesús lo dice en la parábola de la viuda que iba repetidas
veces al juez y le pedía: «Te ruego que me hagas justicia contra mi adversario»
(Lc 18,3).
Pero este camino no lleva todavía a la verdadera
justicia porque en realidad no vence el mal, sino simplemente lo circunscribe.
En cambio, es solo respondiendo a esto con el bien que el mal puede ser
verdaderamente vencido.
Entonces hay aquí otro modo de hacer justicia que
la Biblia nos presenta como camino maestro a seguir. Se trata de un
procedimiento que evita recurrir a un tribunal y prevé que la víctima se dirija
directamente al culpable para invitarlo a la conversión, ayudándolo a entender
que está haciendo el mal, apelándose a su conciencia. En este modo, finalmente
arrepentido y reconociendo su proprio error, él puede abrirse al perdón que la
parte agraviada le está ofreciendo. Y esto es bello: la persuasión; esto está
mal, esto es así… El corazón se abre al perdón que le es ofrecido. Es este el
modo de resolver los contrastes al interno de las familias, en las relaciones
entre esposos o entre padres e hijos, donde el ofendido ama al culpable y desea
salvar la relación que lo une al otro. No corten esta relación, este vínculo.
Cierto, este es un camino difícil. Requiere que
quien ha sufrido el mal esté listo a perdonar y desear la salvación y el bien
de quien lo ha ofendido. Pero solo así la justicia puede triunfar, porque, si
el culpable reconoce el mal hecho y deja de hacerlo, es ahí que el mal no
existe más, y aquel que era injusto se hace justo, porque es perdonado y
ayudado a encontrar la camino del bien. Y aquí está justamente el perdón, la
misericordia.
Es así que Dios actúa en relación a nosotros
pecadores. El Señor continuamente nos ofrece su perdón y nos ayuda a acogerlo y
a tomar conciencia de nuestro mal para poder liberarnos. Porque Dios no quiere
nuestra condena, sino nuestra salvación. ¡Dios no quiere la condena de ninguno,
de ninguno! Alguno de ustedes podrá hacerme la pregunta: ¿Pero padre, la
condena de Pilatos se la merecía? ¿Dios la quería? ¡No! ¡Dios quería salvar a
Pilatos y también a Judas, a todos! ¡Él, el Señor de la misericordia quiere
salvar a todos! El problema es dejar que Él entre en el corazón. Todas las
palabras de los profetas son un llamado apasionado y lleno de amor que busca
nuestra conversión. Es esto lo que el Señor dice por medio del profeta
Ezequiel: «¿Acaso deseo yo la muerte del pecador … y no que se convierta de su
mala conducta y viva?» (18,23; Cfr. 33,11), ¡aquello que le gusta a Dios!
Y este es el corazón de Dios, un corazón de Padre
que ama y quiere que sus hijos vivan en el bien y en la justicia, y por ello
vivan en plenitud y sean felices. Un corazón de Padre que va más allá de
nuestro pequeño concepto de justicia para abrirnos a los horizontes ilimitados
de su misericordia. Un corazón de Padre que nos trata según nuestros pecados y
nos paga según nuestras culpas. Y precisamente es un corazón de Padre el que
queremos encontrar cuando vamos al confesionario. Tal vez nos dirá alguna cosa
para hacernos entender mejor el mal, pero en el confesionario todos vamos a encontrar
un padre; un padre que nos ayude a cambiar de vida; un padre que nos de la
fuerza para ir adelante; un padre que nos perdone en nombre de Dios. Y por esto
ser confesores es una responsabilidad muy grande, muy grande, porque aquel
hijo, aquella hija que se acerca a ti busca solamente encontrar un padre. Y tú,
sacerdote, que estás ahí en el confesionario, tú estás ahí en el lugar del
Padre que hace justicia con su misericordia. Gracias.
(Traducción del italiano:
Renato Martinez - Radio Vaticano)