El Papa Francisco con los fieles y peregrinos que
asistieron a la tercera audiencia general de octubre en la Plaza de San Pedro -
REUTERS
21/10/2015 10:39
(RV).- Al celebrar la audiencia general del
tercer miércoles de octubre en la Plaza de San Pedro y ante miles de fieles y
peregrinos de numerosos países, el Papa Francisco prosiguió
su catequesis semanal sobre la familia, centrándose, en esta ocasión, en la
fidelidad del amor.
Tras haber meditado en su catequesis anterior
acerca de las importantes promesas que los padres hacen a los niños, el Santo
Padre, hablando en italiano, explicó que la entera realidad familiar se
funda sobre la promesa de amor y de fidelidad que el hombre y
la mujer se hacen recíprocamente.
LA PROMESA CONYUGAL SE ENSANCHA PARA COMPARTIR
ALEGRÍAS Y SUFRIMIENTOS CON GENEROSA APERTURA
TEXTO Y AUDIO COMPLETO DE LA CATEQUESIS DEL PAPA
TRADUCIDO DEL ITALIANO:
Queridos hermanos y hermanas ¡buenos días!
En la meditación pasada hemos reflexionado sobre
las importantes promesas que los padres hacen a los niños, desde que ellos son
pensados en el amor y concebidos en el vientre.
Podemos agregar que, mirando bien, la entera
realidad familiar está fundada sobre la promesa -pensemos bien esto-, la
realidad familiar está fundada sobre la promesa: se puede decir que la familia
vive de la promesa de amor y de fidelidad que el hombre y la mujer hacen el uno
a la otra. Esta implica el compromiso de recibir y educar a los hijos; pero
actúa también en el cuidado de los padres ancianos, en el proteger y cuidar los
miembros más débiles de la familia, en el ayudarse el uno al otro para realizar
las propias cualidades y aceptar los propios límites. Y la promesa conyugal se
amplía al compartir las alegrías y los sufrimientos de todos los padres, las
madres, los niños, con generosa apertura en la humana convivencia y el bien
común. Una familia que se encierra en sí misma es como una contradicción, una
mortificación de la promesa que la ha hecho nacer y la hace vivir. No olviden
nunca. ¡La identidad de la familia siempre es una promesa que se alarga y se
alarga a toda la familia y a toda la humanidad!
En nuestros días, el honor a la fidelidad de la
promesa de la vida familiar aparece muy debilitada. Por una parte, por un
derecho mal entendido de buscar la propia satisfacción, a toda costa y en
cualquiera relación, es exaltado como un principio no negociable de la
libertad. Por otra parte, porque se confían exclusivamente a la obligación de
la ley los vínculos de la vida de relación y del compromiso por el bien común.
Pero, en realidad, ninguno quiere ser amado solo por sus propios bienes o por
obligación. El amor, como también la amistad, deben su fuerza y su belleza a
este hecho: que generan un vínculo sin quitar la libertad. El amor es libre, la
promesa de la familia es libre, y esta es la belleza. Sin libertad no puede
haber amistad, sin libertad no hay amor, sin libertad no hay matrimonio.
Por lo tanto, libertad y fidelidad no se oponen la
una a la otra, más bien se sostienen mutuamente, sea en las relaciones
interpersonales, sea en las sociales. De hecho, pensamos a los daños que
producen, en la civilización de la comunicación global, la inflación de
promesas incumplidas, en varios campos, ¡y la indulgencia por la infidelidad a
la palabra dada y a los compromisos adquiridos!
Si, queridos hermanos y hermanas, la fidelidad es
una promesa de compromiso autocumplida, creciendo en la libre obediencia a la
palabra dada. La fidelidad es una confianza que “quiere” ser realmente
compartida, y una esperanza que “quiere” ser cultivada juntos. Y hablando de
fidelidad me viene a la mente aquello que nuestros ancianos, nuestros abuelos
cuentan “ay aquellos tiempos, cuando se hacía un acuerdo, un apretón de mano,
era suficiente", porque había fidelidad a las promesas. Y esto que es un
hecho social también tiene el origen en la familia, en el apretón de manos del
hombre y de la mujer para ir hacia adelante juntos toda la vida.
La fidelidad a las promesas son ¡una verdadera obra
de arte de humanidad! Si miramos a su audaz belleza, estamos asustados, pero si
despreciamos su valiente tenacidad, estamos perdidos. Ninguna relación de amor
-ninguna amistad, ninguna forma de querer bien, ninguna felicidad del bien
común- alcanza la altura de nuestro deseo y de nuestra esperanza, si no llega a
habitar este milagro del alma. Y digo “milagro”, porque la fuerza y la
persuasión de la fidelidad, a pesar de todo, no terminan de encantar y de
sorprendernos. El honor a la palabra dada, la fidelidad a la promesa, no se
pueden comprar ni vender. No se pueden obligar con la fuerza, y ni siquiera
cuidar sin sacrificio.
Ninguna otra escuela puede enseñar la verdad del amor, si la familia no lo hace. Ninguna ley puede imponer la belleza y la herencia de este tesoro de la dignidad humana, si el vínculo personal entre amor y generación no la escribe la verdad del amor en nuestra carne.
Ninguna otra escuela puede enseñar la verdad del amor, si la familia no lo hace. Ninguna ley puede imponer la belleza y la herencia de este tesoro de la dignidad humana, si el vínculo personal entre amor y generación no la escribe la verdad del amor en nuestra carne.
Hermanos y hermanas, es necesario restituir honor
social a la fidelidad del amor, ¡restituir honor social a la fidelidad del
amor!. Es necesario sustraer de la clandestinidad el milagro cotidiano de
millones de hombres y mujeres que regeneran su fundamento familiar, del cual
cada sociedad vive, sin estar en grado de garantizarlo en ningún otro modo. No
por casualidad, este principio de la fidelidad a la promesa del amor y de la
generación está escrito en la creación de Dios como una bendición perene, a la
cual está confiado el mundo.
Si san Pablo puede afirmar que en el vínculo
familiar está misteriosamente revelada una verdad decisiva también para el
vínculo del Señor y de la Iglesia, quiere decir que la Iglesia misma encuentra
aquí una bendición para cuidar y de la cual siempre aprender, antes de
enseñarla y disciplinarla. Nuestra fidelidad a la promesa está aún siempre
confiada a la gracia y a la misericordia de Dios. El amor por la familia
humana, en las buenas y en las malas, ¡es un punto de honor para la Iglesia!
Dios nos conceda estar a la altura de esta promesa. Y rezamos por los padres
del Sínodo: el Señor bendiga su trabajo, realizado con fidelidad creativa, en
la confianza que Él en primer lugar, el Señor, -Él en primer lugar-, es fiel a
sus promesas. Gracias.
(Traducción por Mercedes De La Torre – Radio
Vaticano).
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