(RV).- ¡Por
favor, déjense consolar por el Señor! Misericordia y ternuradel Señor, esperanza, consolación, liberación y salvación.
«¡Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios!» Con la invitación del Señor,
a través del profeta Isaías (40, 1), el Papa Francisco recordó que el SEGUNDO
DOMINGO DE ADVIENTO -
tiempo estupendo que despierta en nosotros la espera
del retorno de Cristo y la memoria de su venida histórica -
«nos presenta un mensaje lleno de esperanza». Es un «bálsamo sobre nuestras
heridas», que «habla hoy a nuestro corazón, para decirnos que Dios olvida
nuestros pecados y nos consuela».
En un clima
prenavideño, las palabras del Obispo de Roma resonaron de forma especial antes
del rezo mariano dominical, con los numerosos peregrinos que acudieron a la
Plaza de San Pedro, que ya luce el árbol de navidad, aunque todavía no se
terminó de adornar, y donde se está preparando el pesebre.
El Santo Padre hizo
hincapié en que «hoy hay
necesidad de personas que sean testimonios de la misericordia y ternura del
Señor». El mismo Señor que con la solicitud y ternura de un
pastor cuida a su rebaño, lo reúne y dedica especial atención a sus ovejas más
frágiles y débiles. Reiterando que «es la actitud de Dios hacia nosotros sus
criaturas. Por lo tanto el profeta invita al que lo escucha – incluso a
nosotros hoy – a difundir entre su pueblo este mensaje de esperanza»,
el Papa Bergoglio
recordó que no podemos ser mensajeros de la consolación de Dios si no
experimentamos nosotros mismos la alegría
de ser consolados y amados por Él. Y ello sucede cuando
escuchamos su Palabra,
cuando permanecemos en silencio
orante ante Él, cuando lo encontramos en la Eucaristía o
en el sacramento del Perdón.
El Papa invitó a encomendar «la espera de salvación y de paz de todos
los hombres y las mujeres de nuestro tiempo» a la Virgen María, que «es el‘camino’ que Dios
mismo se ha preparado para venir al mundo».
(CdM - RV)
TEXTO
COMPLETO DEL ÁNGELUS DEL PAPA FRANCISCO
Queridos
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Este domingo marca la segunda
etapa del Tiempo de Adviento, un tiempo estupendo que despierta en nosotros la
espera del regreso de Cristo y la memoria de su venida histórica. La liturgia
de hoy nos presenta un mensaje lleno de esperanza. Es la invitación del Señor
expresada por la boca del profeta Isaías: «Consuelen, consuelen a mi pueblo,
dice su Dios» (40,1). Con estas palabras se abre el Libro de la consolación, en
la cual el profeta dirige al pueblo en exilio el anuncio gozoso de la
liberación. El tiempo de la tribulación ha terminado; el pueblo de Israel puede
ver con confianza hacia el futuro: le espera finalmente el regreso a su patria.
Y por eso es la invitación a dejarse consolar por el Señor.
Isaías se dirige a la gente que
ha atravesado un periodo oscuro, que ha sufrido una prueba muy dura; pero que
ahora ha llegado el tiempo de la consolación. La tristeza y el miedo pueden
dejar lugar a la alegría, porque el Señor mismo guiará su pueblo en la vía de
la liberación y de la salvación. ¿De qué modo hará todo esto? Con la diligencia
y ternura de un pastor que cuida su rebaño. De hecho, Él dará unidad y
seguridad al rebaño, lo hará pastar, reunirá a las ovejas perdidas, dará
particular atención a las más frágiles y débiles (v. 11). Esta es la actitud de
Dios hacia nosotros sus creaturas. Por eso el profeta invita a quien lo escucha
– incluso a nosotros, hoy – a difundir entre el pueblo este mensaje de
esperanza: mensaje que el Señor nos consuela. Y hagan lugar a la consolación
que viene del Señor.
Pero no podemos ser mensajeros
de la consolación de Dios si nosotros no experimentamos en primer lugar
la alegría de ser consolados y amados por Él. Esto sucede especialmente cuando
escuchamos su Palabra, el Evangelio, que debemos llevar en el bolsillo: no se
olviden de esto, ¡eh! El Evangelio en el bolsillo o en la bolsa, para leerlo
continuamente. Y esto nos da consolación: cuando permanecemos en oración
silenciosa en su presencia, cuando lo encontramos en la Eucaristía o en el
sacramento dl perdón. Todo esto nos consuela.
Dejemos entonces que la
invitación de Isaías - «Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice su Dios» -
resuene en nuestro corazón en este tiempo de Adviento. Hoy se necesita personas
que sean testigos de la misericordia y de la ternura del Señor, que sacuda a
los resignados, que reanime a los desanimados, que encienda el fuego de la
esperanza. ¡Él enciende el fuego de la esperanza! No nosotros. Tantas
situaciones exigen nuestro testimonio consolador. Ser personas alegres,
consoladas. Pienso a cuantos están oprimidos por sufrimientos, injusticias y
abusos; a cuantos son esclavos del dinero, del poder, del suceso, de la
mundanidad. ¡Pobrecitos! “Tienen falsas consolaciones, no la verdadera
consolación del Señor! Todos estamos llamados a consolar a nuestros hermanos,
dando testimonio que sólo Dios puede eliminar las causas de los dramas
existenciales y espirituales- ¡Él lo puede hacer! ¡Es potente!
El mensaje de Isaías, que
resuena en este segundo domingo de Adviento, es un bálsamo sobre nuestras heridas
y un estímulo para preparar con empeño el camino del Señor. El profeta, de
hecho, habla hoy a nuestro corazón para decirnos que Dios olvida nuestros
pecados y nos consuela. Si nosotros confiamos en Él con un corazón humilde y
arrepentido, Él destruirá los muros del mal, llenará los vacíos de nuestras
omisiones, allanará las montañas de la soberbia y de la vanidad y abrirá el
camino del encuentro con Él. Es curioso, pero muchas veces tenemos miedo a la
consolación, de ser consolados. Al contrario, nos sentimos más seguros en
la tristeza y en la desolación. ¿Saben por qué? Porque en la tristeza nos
sentimos casi protagonistas. En cambio, en la consolación es ¡el Espíritu Santo
el protagonista! Es Él quien nos consuela, es Él quien nos da la valentía para
salir de nosotros mismos, es Él quien nos lleva a la fuente de toda verdadera
consolación, es decir el Padre. Y esto es la conversión. ¡Por favor déjense
consolar por el Señor! ¡Déjense consolar por el Señor!
La Virgen María es la “vía” que
Dios mismo se ha preparado para venir al mundo. Confiemos a Ella la espera de
la salvación y de la paz de todos los hombres y las mujeres de nuestro tiempo.
(Traducción del
italiano, Renato Martinez – Radio Vaticano)
SALUDOS
DEL PAPA DESPUÉS DEL ÁNGELUS
Queridos hermanos y hermanas,
Saludo a todos ustedes, fieles
de Roma y peregrinos llegados de Italia y de diversos Países: las familias, los
grupos parroquiales, las asociaciones. En especial, saludo a los misioneros y a
las misioneras Identes, tan buenos, que hacen tanto bien; a los fieles de
Bianzé, Dalmine, Sassuolo, Arpaíse e Oliveri; a la comunidad de Rumanos de
Cordenons – Pordenone; a la asociación “Puerta Abierta” de Módena, a las
familias de Fratta Polesine, a los jóvenes de Petrosino.
A todos ustedes les deseo un
buen domingo. Por favor, ¡Déjense consolar por el Señor! ¿Entendido? ¡Déjense
consolar por el Señor! Y no se olviden de orar por mí. ¡Buen almuerzo, hasta la
vista! Y mañana buen día de la Inmaculada, que el Señor los bendiga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario