El Papa
Pío IX instituyó esta celebración cuando proclamó el dogma de la Inmaculada
Concepción el 8 de Diciembre de 1854: “…la bienaventurada Virgen María fue
preservada inmune de toda mancha de pecado original en el primer instante de su
concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a
los méritos de Jesucristo, Salvador del género humano”.
En esa
definición, Pío XII expresa con precisión el significado de esta verdad de fe:
que María fue concebida libre de la mancha del pecado original. Esta fiesta ha
sido celebrada desde el siglo VIII en Oriente y en muchas partes de Occidente.
El Catecismo de la Iglesia Católica explica:
“Para ser
la Madre del Salvador, María fue “dotada por Dios con dones a la medida de
una misión tan importante”.
En el
momento de la anunciación, el ángel Gabriel la saluda como “llena de gracia” (Lucas
1, 28).
En
efecto, para poder dar el asentimiento libre de su fe al anuncio de su vocación
era preciso que ella estuviese totalmente poseída por la gracia de Dios. A lo
largo de los siglos, la Iglesia ha tomado conciencia de que María, “llena
de gracia” por Dios, (Lucas 1, 28) había sido redimida desde su
concepción.
“Esta
“resplandeciente santidad del todo singular” de la que ella fue “enriquecida desde
el primer instante de su concepción”, le viene toda entera de Cristo: ella es
“redimida de la manera más sublime en atención a los méritos de su Hijo”. El
Padre la ha “bendecido con toda clase de bendiciones espirituales, en los
cielos, en Cristo” más que a ninguna otra persona creada. Él la ha “elegido en
él, antes de la creación del mundo para ser santa e inmaculada en su presencia,
en el amor”.
“Los
Padres de la tradición oriental llaman a la Madre de Dios “la Toda Santa”
(“Panagia”), la celebran “como inmune de toda mancha de pecado y como plasmada
por el Espíritu Santo y hecha una nueva criatura”. Por la gracia de Dios, María
ha permanecido pura de todo pecado personal a lo largo de toda su vida”.42
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